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ÁLVARO QUINTERO MEJÍA nace en la ciudad de Santa Fe de Bogotá, Colombia (1959), donde se forma intelectualmente, al calor de los círculos literarios más importantes del país. Allí conocería la obra de poetas tan emblemáticos como José Asunción Silva, Raúl Gómez Jattin y, sobre todo, León de Greiff, a quien considera su maestro. Ha publicado los libros de poesía Manual de fiebres y presagios, Rueca de fábulas y Adán Ceniza. Es además autor de una selección de relatos El libro de los elementos.
POÉTICA: Soy el que cierra el puño, atrapa aire, y escribe. Así toda una vida acumulando aire y escribiendo en el cuerpo del día. Signos, sucesión de signos –tendidos en las cuerdas del patio- ceremonia matinal donde se orean las vocales, el alma se prepara a las más arduas mudanzas del lenguaje y el abecedario exhibe su mejor postura de cadáver.
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Muro
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Procuro levantar un muro propicio
para dejar constancia de mi errancia por el mundo.
Para dejar definitivamente saldado
cualquier resquicio de entusiasmo infundado.
Un muro como una casa del placer
donde las grietas acojan sin extrañeza
nuestras maneras incorregibles de cadáver.
Un muro, insisto, donde la vanidad elogie
la inutilidad de la imagen y la ciudad exalte
y convoque a los pobres de espíritu,
para que alimente la corrupción natural de la piedra
con los ademanes del poeta.
Donde la destreza de lo ruin declare
su apostolado en la tierra.
Muro de la ira. Muro de la saliva perfecta.
Muro de los excesos y de los esplendores.
Muro de las imprecaciones. Muro de ausencias.
Sueño de cal y lujuria. Sueño de pastor de sombras.
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Círculo
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Círculo perfecto
o el eterno retorno:
ni antes ni después,
ni Adán ni Eva,
ni afuera ni adentro,
ni él ni ella,
ni negro ni blanco,
ni cielo ni infierno,
ni noche ni día:
vida que repta prisionera
de una maleza de signos
a un muro de sombra.
Criatura devorada por el tiempo.
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Constantino
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Yo que recibí la revelación
como don del cielo, del agua y el tiempo.
Yo que elegí la pretérita ceguera de Homero
como guía de mi futura tiniebla
y entreví en la apretada escritura
de un libro de sueños
la sabiduría de la piedra
y el universo de la letra
que no se nombra.
Mi fe que nació de un instante
de duda de la creación
y de la luz que habló de una cruz a otra:
fui la parábola que azotó Oriente.
La metáfora que gobernó Roma.
La divinidad revelada en una moneda de hierro.
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Mercenarios
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Un sabor a oscura victoria
nos llena de coraje,
aunque sabemos que todo está perdido
como el viaje de regreso
que hemos emprendido.
Así seamos portadores de la leyenda
y de un puñado de monedas.
Así hayamos compartido la vigilia
con Menéalo alrededor de las hogueras.
Así nuestros ruegos de sangre y saqueo
hayan sido escuchados.
Así hayamos dejado nuestros
mejores bardos
atravesados por la lanza o el recuerdo.
Así nos aguarde Penélope en el puerto.
Así seamos Odiseo por un momento en el sueño
Sabemos que todo, irremediablemente, está perdido.
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