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JOSÉ ANTONIO SÁEZ nació en Albox (Almería), España, en 1957. Es profesor de Lengua Castellana y Literatura en Enseñanza Secundaria. Ha publicado los libros de poesía Vulnerado arcángel (1983), La visión de arena (1987 y 1988), Árbol de iluminados (1991), Las aves que se fueron (1995), Libro del desvalimiento (1997), Liturgia para desposeídos (2001), La edad de la ceniza (2003), Lugar de toda ausencia (2005) y Las Capitulaciones (2007).
POÉTICA: Hoy más que nunca, la poesía es un método de conocimiento y de búsqueda personales, un espacio de libertad y dignidad para exiliados en una sociedad decadente y en un mundo a la deriva. Hoy más que nunca, la poesía llama a las puertas de la lucidez y a la conciencia de nuestra fragilidad; pues no otra cosa somos sino seres en el tiempo.
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Sol de Portocarrero
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Cuando entendió que la hora de su muerte
se acercaba, pidió a los suyos
que no entregasen su cuerpo a una tierra
extraña y desabrida,
que lo trasladasen a aquel rincón
del sur donde habían nacido
sus mayores y en donde reposaban
los huesos de sus padres.

“Exige mi cuerpo –explicó entre lágrimas-,
la humildad de mi patria
sedienta, el sol que agosta las cosechas,
la cal que blanquea los nichos,
la luz espejeando en los geranios”.
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Advertencia
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Si un día fuiste joven y dejaste
pasar tu juventud porque abundaba,
derrochando las horas como un vino
que se degusta a sorbos espaciados:

¿por qué, entonces, te lamentas de que fuese
tan breve aquello que dilapidaste
generoso, con suprema inconsciencia,
dueño de tan implacable fortuna?
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Materia declinante
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Cuerpo mío, carne mía dolida,
ultrajada por el tiempo enemigo:
cómo me vas dejando, inerme, frente
a la devastación, frente a la nada...

Aún late en tu aliento la presencia
que delata cuanto de esplendor hubo
en la radiante edad que percibías,
enfrentando la fruta de unos trémulos
labios, estallando en el ascua viva
de los miembros gozosos.
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Hoplita agonizante
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Pues se le viene despoblando el alma
de una rara tristeza que adormece,
recoge los jirones en la niebla
humeante del espacio dispuesto
y carga con sus restos como un fardo.

Fue tan breve la víspera y más dulce
la luz de su caricia en las mejillas
rojas por el fragor de la batalla.

La mano que sobre el rostro despliega
el suavísimo roce acompasado,
los dedos que trenzaran los áureos
rizos y deslizan su lento aroma
por el perfil labrado de la frente,
en amoroso gesto complacido:
dispuesto está para rendir su acero
aquél cuyo cuerpo se inclina a tierra.

Le oprime la coraza el perfilado
torso sangrante y, de sus labios mustios
brotan, mudas, las palabras certeras:
“Hacia ti me encamino, incandescente
oblea solar que allá en lo alto me urges
con tu soflama fúnebre y celeste.
A ti mi ser, linterna de los hombres”.
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Primeras lluvias de otoño
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Ya las lentas colinas ascienden
en el aire hacia el sol del ocaso.

La luz las envuelve y difumina
su perfil a lomos de las sombras.

Llegan nubes de paso y las miro
sumido en decadente tristeza.

Algunas más oscuras espantan
las torcaces en pos de un refugio.

Se inicia el concierto de las gotas
primeras empapando la tierra.

Arrecian los acordes y fluyen
regatos por las calles vacías.

Los aleros destilan el agua
recogida al vuelo de las tejas.

Se ha vestido de luto la bóveda
celeste. De luto, el corazón.

De nuevo estás en mí, otoño, hermano,
la más mía de las estaciones.
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